Durante el Siglo de
Oro la fijación del idioma había progresado mucho, pero los preceptos
gramaticales habían tenido escasa influencia reguladora. Desde el siglo XVIII
la elección es menos libre; se siente el peso de la literatura anterior. Sobre
la estética gravita la idea de corrección gramatical y se acelera el proceso de
estabilización emprendido por la lengua literaria desde Alfonso el Sabio. La
evolución del idioma no se detuvo en ningún momento, lo cual se percibe en el
lenguaje escrito que, con ser tan conservador, revela una constante renovación,
aún más intensa que el hablado, a juzgar por la literatura. Las novedades y
vulgarismos tropiezan desde el siglo XVIII con la barrera de normas
establecidas que son muy lentas en sus concesiones.
Real Academia Española
El reflejo de este
conservadurismo es la fundación de la Real Academia Española (l713) y la
protección oficial que recibió. En los primeros tiempos, la Academia realizó
una eficacísima labor, que le ganó merecido crédito. Publicó entonces el excelente
Diccionario de Autoridades (1726-1739). Dio a luz también la Orthographía
(1741) y la Gramática (1771). Su lema "limpia, fija y da
esplendor" quedó cumplido en cuanto a criba, regulación y estímulo.
El estudio y purificación
del idioma tiene cabida también en la obra de otros conocidos eruditos. Toda
esta preocupación por la regularidad idiomática permitió resolver en el siglo
XVIII dos de los problemas en que más habían durado las inseguridades. Quedaba
por decidir si los grupos consonantes que presentaban las palabras cultas
debían pronunciarse con fidelidad a su articulación latina, o si, por el
contrario, se admitía definitivamente su simplificación, según los hábitos de
la fonética española. La academia impuso las formas latinas concepto,
efecto, digno, solemne, excelente, etc., rechazando las reducciones conceto,
efeto, dino, solene, ecelente.